UN PLAN PARA EL  ADVIENTO: ACOGER AL DIOS QUE SE HACE HUMANO/A

Estamos a punto de incorporarnos al Adviento, un tiempo litúrgico destinado a la preparación para la llegada del Dios que se hace humano. Un tiempo propicio para revisar nuestras actitudes vitales, y con múltiples iniciativas  que acompañan ese proceso, como la centrada en la contemplación que ofrece el Movimiento Laudato Si (https://laudatosimovement.org/es/adviento-2024/).

Nosotros queremos ofrecerte algo muy sencillo por nuestra parte, por si te puede ser de utilidad. Algo enraizado en la idea clásica de acoger al Dios que nos llega, como se nos ha propuesto tradicionalmente, desarrollado en cinco sencillas actitudes que, a buen seguro, te ayudarán en tu día a día. Y que, mira tú por dónde, nos llevan al desarrollo interior de la ecología integral. 

1.      Identifica aquello que te aleja de Dios. 

Con frecuencia, somos nosotros mismos los que nos ponemos los obstáculos que nos impiden acoger de verdad al Dios que nos llega, que nos alcanza en cada rincón de nuestra vida. Puede ser que nos llenemos de actividades “de ocio”, que estemos todo el día enganchados a las redes sociales o que seamos unos adictos consumidores de series televisivas… Vete a saber cuál es el “vicio” de cada uno. 

Detente a pensar en cómo ocupas tu tiempo y tu corazón, identifica aquellos obstáculos que te dificultan el contacto con Dios y desarrolla un plan para gestionarlos adecuadamente. Deconstruye lo que sea necesario en tu vida, y espónjate por dentro.

2.      Contempla a las personas que te son cercanas. 

¡Tantas veces vivimos junto a otras personas a quienes no prestamos la debida atención! Hazte consciente de quiénes son importantes en tu vida, percibe cuáles son sus rasgos de identidad más aparentes para ti, contempla su vida y su presencia en tu entorno. Descubre lo que te aportan…

Y dedícales un tiempo de calidad. A ser posible, cara a cara, sin tecnologías interpuestas. Ellos son imagen privilegiada de Dios para ti. No debes dejar escapar la oportunidad de ese encuentro.

3.      Dedícate atención a ti mismo. 

Sí, parece mentira que haya que insistir en esto. Cierto que cada vez somos más conscientes de la necesidad de dedicarnos atención, pero aún así igual no lo hacemos lo suficiente. 

Practica el silencio interior. Escucha tu corazón, tu necesidad, tu vida… aquello que late dentro de ti. Aquello que también es presencia interior del Dios que nos llega. 

4.      Ábrete a las necesidades de otros, de otras… 

Somos seres vulnerables, lo queramos reconocer o no. Seres de necesidades, aunque también de capacidades. Pero a veces estas últimas están mermadas… ¿Qué puedo hacer por/con ellas y ellos? ¿Qué puedo hacer para que la Vida se haga presente en sus vidas?

Y recuerda, por cierto, que también la naturaleza está marcada por la vulnerabilidad. Y que el daño que sufre afecta también a muchos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué puedo hacer por ella, cómo puedo desarrollar hacia ella actitudes de cuidado, contemplación y agradecimiento?

5.      Y, finalmente, reflexiona

¿Te ha hecho falta comprar algo para todo esto? Es posible que sí, pero también es bastante más probable que no. Tantas veces lo verdaderamente valioso no tiene coste económico ni material, sino que es, en realidad, una oportunidad de ganancia para todos…

La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida. (LS 223)

No consumas, pues, lo que no necesitas. Centra tu consumo, tu tiempo y tu vida en aquello que merece realmente la pena. Y deja suficiente hueco en tu vida para poder acoger, en tu pesebre particular, al niño Jesús en que se encarna nuestro Dios. El sabrá transformar tu humilde posada en un paraíso interior, que sea capaz de iluminar no sólo tu vida, sino también la de aquel/aquellas que se encuentren a tu alrededor…

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.