El próximo miércoles, los cristianos iniciamos un periodo litúrgico de gran significado espiritual. La Cuaresma representa un camino hacia la purificación interior, en preparación de la celebración de los grandes Misterios de la Pasión y Resurrección de Jesús que tendrán lugar en la Semana Santa. Ese camino de purificación se conoce tradicionalmente en la Iglesia como conversión. Esta palabra procede del latín «convertĕre», que significa etimológicamente dar un giro, cambiar. Pero se trata de un cambio profundo, no de una pequeña desviación. Por eso, la palabra conversión se ha empleado principalmente para indicar transformaciones vitales, tales como la de San Pablo (de perseguidor de los cristianos a difusor del Evangelio), y la de una larga lista de personas que pasaron de una postura indiferente o marcadamente antireligiosa a abrazar un hondo sentido del cristianismo: desde San Agustín en el s. V hasta Charles de Foucauld en el XX, y los innumerables conversos anónimos de todos los siglos.
Por eso, cuando el papa Francisco emplea el término «conversión ecológica» para hacer referencia al cambio que sugiere en nuestra relación con el ambiente, se entiende bien que se trata de una invitación a un cambio significativo. No se trata de algo superficial o de una mera cuestión estética, sino que implica muchas facetas de nuestra existencia. En su visión, «…la cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»(Laudato Si, n. 111). Es término es muy relevante en la encíclica sobre el ambiente que nos regaló Francisco hace casi cinco años, pero no es exclusivo del Papa actual, ya que el término lo propuso Juan Pablo II hace 15 años en una carta dirigida a los obispos del mundo: «Se necesita, pues, una conversión ecológica, a la cual los Obispos darán su propia contribución enseñando la relación correcta del hombre con la naturaleza. Esta relación, a la luz de la doctrina sobre Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, es de tipo « ministerial». En efecto, el hombre ha sido puesto en el centro de la creación como ministro del Creador» (Pastores Gregis, 2003, n. 90). En suma, implica reposicionarnos ante la naturaleza, asumiendo que formamos parte de ella y que, como criaturas de Dios, estamos llamados a cuidarla y llevarla a su plenitud.
La conversión personal no solo supone un cambio de valores, sino -sobre todo- un cambio de estilo de vida. Sobre esto también insistía Benedicto XVI en la Caritas y Veritate: «El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan. Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones » (2009, n. 51). De eso se trata, de cambiar nuestros patrones de conducta, haciendolos más frugales, eliminando lo supérfluo y subrayando lo que realmente enriquece el corazón humano. No necesitamos más cosas, necesitamos más amor, darlo y recibirlo, la felicidad tiene mucho más que ver con lo que somos que con lo que tenemos.
La Cuaresma es un buen momento para pensar en estos temas, para centrar nuestras metas vitales en lo que realmente vale la pena. También es momento para hacer sacrificios que nos fortalezcan interiormente. En el ámbito de la conversión ecológica, podemos concretar algunas de esas activitudes. Por ejemplo, prescindir de carne los viernes es una forma sencilla de reducir nuestra huella ambiental, todavía mejor si lo hacemos con más frecuencia a lo largo de estos días de Cuaresma. Alegrarnos con la belleza del ambiente, orando en ella, agradeciendo a Dios Creador su generosidad. Compartir con los demás nuestros bienes, regalar dignidad a quien tal vez solo nos pide unos euros. Cuidar, dar, sonreir, abrirse a los demás, gozar con lo cotidiano, contemplar…
Emilio Chuvieco. Blog ecología integral
Catedrático de la Universidad de Alcalá.
Trabajo en observación de la Tierra desde satélite. Dirijo una cátedra de ética ambiental.
Me interesan los temas ambientales y las relaciones entre fe y ciencia