LA DANA EN EL ESTE PENINSULAR: VULNERABILIDAD, CONEXIÓN Y SOLIDARIDAD
Una tragedia de grandes dimensiones se ha desencadenado a consecuencia del impacto de la DANA en el este de nuestra península. Son muchos los muertos y desaparecidos, y muchísimos los daños materiales y personales que se han producido, y sus repercusiones se extenderán, por desgracia, en el tiempo. Y mientras que nuestros responsables políticos parece que no quieren sentirse “responsables” de su limitada capacidad de respuesta, han sido muchos y muchas las personas que se han movido y movilizado, y que lo siguen haciendo, para prestar algún apoyo, por pequeño que sea, a los miles de damnificados. Todo ello nos habla de vulnerabilidad humana y de vinculación con la naturaleza, y también nos habla de solidaridad.
Somos vulnerables, y no omnipotentes. A pesar de la pandemia vivida, a pesar de las experiencias de dolor y muerte que nos acompañan a diario, parece que siempre tendemos a olvidarnos de nuestra vulnerabilidad, y a desarrollar sueños de omnipotencia que nos alejan de nuestra más profunda realidad. Lo vemos en el propio debate entre los políticos: parece, de sus reproches mutuos, que de haber actuado correctamente no hubiera habido ningún daño… Que no, que no lo controlamos todo, que no.
Lo que también queda claro es que no podemos vivir desconectados de la naturaleza, ni pensar que es objeto de nuestro dominio. Han sido fuerzas naturales las que han arrasado poblados, arrastrado vehículos, ahogado o enterrado personas, destruido negocios…No podemos olvidarnos de la naturaleza, de nuestra profunda conexión con ella. Somos parte de ella, y participamos de sus dinámicas. Y también las sufrimos.
Pero hasta influimos en ellas. Un solo hecho no puede confirmar una hipótesis, ni explicarse al cien por cien de seguridad como consecuencia de un fenómeno planteado por la ciencia. Pero lo cierto es que la climatología, así como el más ampio campo de las ciencias de la naturaleza, venían pronosticando un incremento de la gravedad de este tipo de fenómenos a consecuencia del proceso de calentamiento global y cambio climático que parece estar fuertemente influido por la actividad humana. Lo explica muy bien fray Eduardo Agosta, carmelita y experto en clima, director del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española, así como tantos y tantos otros y otras expertos/as. Podemos, pues, estar ante una confirmación más del camino hacia el desastre en el que nos encontramos como civilización, y que tantos y tantas niegan por sentirse tranquilos o no tener que comprometerse, personal o económicamente, en un cambio de vida. Lo quieran o no, estamos profundamente interrelacionados con la naturaleza: así lo quiso el Creador.
Y nos sentimos solidarios con todos y todas quienes sufren las consecuencias de estas inundaciones (y de tantas otras catástrofes). Una solidaridad que nos mueve a ayudar y a apoyar la reconstrucción de las zonas y la recuperación de la vida, humana y no humana, pues hay territorios con grandes destrozos naturales que han visto reducida su capacidad de soporte de la vida humana. Y allá van nuestros voluntarios y voluntarias, y allá van nuestras aportaciones en dinero y especie, y allá va el dolor de nuestro corazón y al rumor de nuestra oración…
Pero corta solidaridad sería esta si no atendemos a otra dimensión muy importante de esa solidaridad: la de sentirnos afectados personalmente, porque estamos hechos de la misma pasta y podría habernos pasado a nosotros/as. Y si obviamos esto y seguimos pretendiendo que somos omnipotentes, y que los desastres solo afectan a otros, seguiremos eligiendo el camino equivocado, el de la búsqueda de la omnipotencia y el desprecio de la realidad que somos, vulnerable e interconectada, al resto de seres humanos y al conjunto de la creación. Y perderemos por ahí nuestra capacidad de comunicación con Dios.
Dios sabrá por qué pasan estas cosas, y por qué nosotros nos negamos a tener una mirada limpia hacia ellas. Ojalá, y así se lo pido fervorosamente, seamos capaces de abrirnos a su soplo descubriendo y viviendo en profundidad nuestra vulnerabilidad, nuestra interconexión con la naturaleza y, por supuesto, también nuestra solidaridad. Esto es el “todo” de nuestra vida, sin el que no será posible que podamos estar conscientemente conectados con el Todo de nuestro Creador, que se hizo criatura vulnerable, solidaria e interconectada en la persona de Jesús de Nazaret. Y si no seguimos sus pasos, será difícil caminar hacia la meta que nos propone.