La pastoral social debe integrar la dimensión ecológica

 

Artículo publicado en Alfa & Omega
Eduardo Agosta Scarel, O. Carm.
Director del Departamento de Ecología Integral de la CEE

Quizás la ayuda alimentaria implique
promover un consumo consciente.
La caridad se ensancha para abrazar
la justicia socioambiental

 

El décimo aniversario de Laudato si, el 24 de mayo, es un llamamiento a una introspección profunda sobre nuestra manera de vivir la fe en el siglo XXI. Nuestra fe señala que la «ecología integral» no es un añadido opcional, sino una dimensión intrínseca a ella y, por tanto, a la misión evangelizadora de la Iglesia. Nos enseña que Dios es Creador, que todo procede de su amor, refleja su bondad y fue creado en armonía original. Cada criatura alaba a Dios. ¿Cómo es posible que nuestra casa común esté herida? La razón profunda está en una desconexión fundamental: hemos olvidado nuestra identidad de criaturas llamadas a cuidar la creación y hemos caído en un «antropocentrismo desviado». Esta desviación es una actitud existencial que se manifiesta en nuestra vida y en nuestra sociedad. Al ponernos a nosotros y a nuestros intereses inmediatos en el centro y ver la creación y a otros humanos como recursos a explotar rompemos la relación con Dios, los demás y la naturaleza.

Aquí radica la primera implicación para nuestra fe: el daño a la creación y la injusticia social no son solo consecuencia de errores políticos o económicos; son resultado del pecado. Los «signos del lugar» (la escasez de agua, la pérdida de paisajes naturales, la contaminación) son también «signos de los tiempos»: nos revelan el estado de nuestra alma y de nuestras relaciones. Si amamos a Dios, ¿cómo no amar y cuidar lo que Él ha creado? Si amamos al prójimo, ¿cómo no defender el ambiente que sostiene su vida?

Es aquí donde la «ecología integral» se vuelve crucial para la pastoral social o la acción evangelizadora. La misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio, que es un mensaje de vida plena y de reconciliación. Pero no puede haber vida plena si la casa está en ruinas. No puede haber reconciliación con Dios si vivimos a expensas del bienestar de su creación y de nuestros hermanos, especialmente los pobres. La pastoral social no puede limitarse a la caridad o a la denuncia de problemas aislados; debe integrar la dimensión ecológica, porque la crisis es una sola. ¿Cómo podemos vivir la opción preferencial por los pobres si ignoramos que son quienes sufren más intensamente el cambio climático? Nuestras Cáritas, conferencias de San Vicente de Paúl, comedores sociales; todos están llamados a mirar con esta perspectiva integral. Quizás el acceso a un hogar digno signifique considerar si está en una zona de riesgo ambiental, o si su construcción es sostenible; quizás la ayuda alimentaria implique promover un consumo más consciente y local. La caridad se ensancha para abrazar la justicia socioambiental.

No obstante, se requiere algo más: una «conversión ecológica», que no es solo un cambio de hábitos, sino un cambio profundo del corazón. La razón por la que nos cuesta cambiar nuestros estilos de vida, a pesar de saber el daño que causan, es que nuestros deseos están moldeados por esa lógica tecnocrática. Simplemente dar información científica no basta, porque no toca la raíz: cómo buscamos la felicidad. La espiritualidad de la ecología integral, vivida en comunidad, ofrece el motor para esta conversión. La gratitud, la sobriedad, la empatía y el contacto con la realidad son antídotos contra la voracidad, el descarte y la indiferencia. Y, vividos desde la fe, no son una renuncia triste, sino un camino de liberación hacia una vida más plena y en armonía.

Para la Iglesia española, esto representa un reto profundo: revisar nuestras prácticas e inversiones y el uso de nuestros edificios y recursos. Pero la oportunidad es aún mayor: redescubrir la riqueza de nuestra tradición espiritual y social. Nuestras comunidades pueden ser espacios privilegiados para cultivar esta espiritualidad, educar, celebrar la creación, vivir de forma más sobria y solidaria y ser levadura, proponiendo alternativas al modelo dominante.

Pensar en transición energética, en cómo gestionamos el agua, en cómo apoyamos una agricultura más justa y ecológica, en cómo construimos nuestras ciudades, es complejo. La respuesta no es solo técnica o política; es fundamentalmente ética y espiritual. Y la voz de la Iglesia sobre la dignidad humana, el bien común y la creación como don tiene algo esencial que aportar. El primer Encuentro Nacional de la Pastoral de Ecología Integral, celebrado el 26 de abril, iba en esta línea. La ecología integral no es un tema más en la agenda pastoral; debe impregnar toda la acción evangelizadora. Diez años después de Laudato si, el camino está trazado y nuestra fe nos impulsa a recorrerlo con esperanza y determinación.

 

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