Artículo publicado en OMNES
Aunque el tema del cambio climático puede parece alejado de la fe, el Papa recuerda que está en su centro, en la medida en que nos alienta a cuidar a nuestros hermanos, pero también a custodiar la Creación, siguiendo el mandato original del Génesis.
En el lenguaje coloquial ser profeta implica, de algún modo, predecir el futuro, pero no era ésa la principal misión de los profetas que encontramos en el Antiguo Testamento. Trataban de recordar al pueblo de Israel los mandatos de Yahvé, que habían abandonado siguiendo los espejismos de una vida más cómoda. Por eso, los profetas casi siempre resultaban incómodos, porque los seres humanos preferimos tantas veces ocultar nuestra deriva en el escepticismo o en la indolencia.
En ese sentido, Laudate Deum es un texto profético. No porque el Papa Francisco prediga mejor que los modeladores del clima lo que es previsible que ocurra si mantenemos nuestra desidia ante el cambio climático, sino porque nos está recordando una verdad que no queremos afrontar: mejor es enterrar la cabeza en el suelo, pasar la responsabilidad a los que vengan detrás de nosotros y seguir viviendo como si no pasara nada.
Esa nueva exhortación apostólica del Papa Francisco recuerda lo sustancial del mensaje que nos envió hace 8 años con la encíclica Laudato sí. Ahora se centra más en la cuestión climática, con la esperanza que sirva como acicate para que la próxima reunión del tratado de Naciones Unidas sobre cambio climático (UNFCC), a celebrar en Dubái en el próximo noviembre, tome las medidas que requiere la gravedad del problema.
Los pobres, los más afectados por el cambio climático
“Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes”, afirma el Papa. No tiene sentido seguir negando la evidencia de que el cambio climático está detrás de muchas de las anomalías que observamos en la última década. No hay dudas científicas sobre el incremento de las temperaturas globales, ni sobre los impactos que está teniendo en el sistema terrestre; tampoco sobre el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), ni sobre el papel protagonista que estas emisiones tienen en ese calentamiento.
El Papa Francisco hace un resumen científico de la cuestión, en términos razonables, aunque sorprendentes en un documento vaticano, que rara vez se ha apoyado en citas científicas. Está bien que lo haga, pues el cambio climático es un problema científico.
Es ridículo seguir insistiendo en que es fruto de un determinado lobby o de una determinada posición ideológica (no hay ninguna Agencia Meteorológica ni ninguna Academia de Ciencias que nieguen las bases científicas del cambio climático).
Independientemente de quien lo promueva o de a quien beneficie, es una cuestión científica que ya tiene una madurez suficiente como para que permita tomar decisiones mucho más ambiciosas para mitigarlo. No voy a negar que existen científicos -algunos prestigiosos- que siguen negando las evidencias que otros muchos observamos.
Tal vez convenga aquí recordar el papel que algunos científicos -también prestigiosos- tuvieron en los años 70 para sembrar dudas sobre el impacto del tabaco en la salud, o en los 80 sobre los gases que afectaban a la capa de ozono. Distintos estudios han mostrado que se hubieran ahorrado muchísimas muertes prematuras y enormes costes sanitarios y laborales si se hubieran tomado las medidas restrictivas del tabaco que ahora todos vemos razonables ( en este sentido hay múltiples datos en este informe del gobierno de EE.UU: US Department of Health Human Services (2014). The health consequences of smoking—50 years of progress: a report of the Surgeon General).
Volviendo al texto del Papa Francisco, en la misma línea de la Laudato si, insiste en la importancia de conectar los problemas ambientales y los sociales. Son los pobres del mundo los más afectados por el cambio climático, y son los más ricos del mundo los principales responsables de que ocurra. O quizá mejor decir somos, pues los países desarrollados hemos sido los principales emisores históricos, y conviene recordar que el CO2 reside en la atmósfera durante varias décadas.
Es necesario que seamos nosotros también los primeros en tomar medidas mas ambiciosas para frenar el impacto del calentamiento global, evitando consecuencias que podrían ser catastróficas para la habitabilidad del planeta. También en la línea de la encíclica, el nuevo texto de Francisco insiste en ligar la falta de decisiones eficaces para mitigar el cambio climático a nuestra tendencia a fiar todo al desarrollo tecnológico, manteniendo una actitud altiva, como si el planeta fuera un almacén de recursos que nos pertenecen, como si no tuviéramos relación con las demás criaturas.
No olvida el Papa citar la cuestión demográfica, generalmente controvertida, tanto en partidarios como detractores de las cuestiones ambientales: “Con la pretensión de simplificar la realidad, no faltan quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos y hasta pretenden resolverlo mutilando a las mujeres de países menos desarrollados. Como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres”.
No es responsabilidad de estos países, obviamente, sino de los que tienen tasas de consumo que sería imposible generalizar. Es preciso cambiar nuestro modo de vida, hacia estilos más sencillos, menos consumistas, manteniendo unas condiciones de vida razonables. El Papa recuerda la enorme diversidad en las tasas de emisiones de GEI, no solo entre los países más pobres y los más industrializados, sino también entre ellos, con estados que tienen la mitad de emisiones per capita (Europa) que otros con igual o peor índice de desarrollo humano (Rusia o Estados Unidos).
Las lecciones de la pandemia
La crisis de la Covid-19 nos ha enseñado que podemos afrontar retos globales, pero que es precisa la colaboración internacional para tomar medidas de impacto planetario. También ahora las cumbres climáticas pueden ser un instrumento fundamental para reducir significativamente las emisiones, aunque hasta ahora hayan sido poco ambiciosos los acuerdos y muchas veces no vinculantes.
La pandemia nos ha mostrado también que dependemos de ecosistemas sanos, que no estamos solos en este planeta y que las demás criaturas deberían ser “compañeros de camino” en lugar de “convertirse en nuestras víctimas”. Es preciso que nos convenzamos de que cuidar la propia casa es la más obvia de las decisiones: no tenemos otra, y hay muchos seres humanos, y no humanos, que dependen de ella.
Agradecer y cuidar la creación como un don
Además, como creyentes, deberíamos admirar y agradecer la Creación que recibimos como don, para cuidarla responsablemente y transmitirla a las generaciones futuras, incluso restaurando los daños que hemos ya cometido con ella.
La Iglesia no puede mirar a otro lado en una cuestión de impacto planetario, y no lo hace. Junto a otras grandes tradiciones religiosas, a los que el papa también convoca en este texto, nos recuerda que el cuidado del ambiente es el cuidado de las personas que en él viven, porque todo está conectado. ”A los fieles católicos no quiero dejar de recordarles las motivaciones que brotan de la propia fe. Aliento a los hermanos y hermanas de otras religiones a que hagan lo mismo, porque sabemos que la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado”.
Y frente a los que todavía se muestran escépticos o ignorantes, les recuerda el Papa que no tiene sentido seguir dilatando las decisiones.
Como hicieron los profetas del Antiguo Testamento, el Papa Francisco toca la puerta de nuestra conciencia para salir de esas posiciones que esconden quizás la indiferencia o el egoísmo para no cambiar: “Terminemos de una vez con las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, “verde”, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos. Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos”.
No es la primera vez que un papa contemporáneo ejerce esa función profética. Ya lo hizo san Pablo VI con la Humanae vitae, y las consecuencias familiares de no escuchar su mensaje son ahora tristemente evidentes; ya lo hizo san Juan Pablo II, denunciando la invasión de Irak que acabó con el colapso de un país donde convivían razonablemente en paz musulmanes y cristianos, que ahora han prácticamente desaparecido, emigrando -voluntaria o forzadamente- a otras tierras.
Ahora lo hace el Papa Francisco con un tema que a algunos les puede parece alejado de la fe, pero que está en su centro, en la medida en que nos alienta a cuidar a nuestros hermanos, pero también a custodiar la Creación, siguiendo el mandato original del Génesis (2, 15), a la vez que se admira de su belleza, porque si “el mundo canta un Amor infinito, ¿cómo no cuidarlo?”