Artículo de María del Carmen Molina Cobos, publicado en Religion Digital
Una reflexión sobre el ecofeminismo, como un movimiento social que explora los puntos de encuentro entre ecologismo y feminismo.
El ecofeminismo es un movimiento social que explora los puntos de encuentro entre ecologismo y feminismo. Lejos de constituir un pensamiento único, todas sus derivadas están de acuerdo en que, históricamente, la naturaleza ha sido explotada por el capitalismo como las mujeres por el patriarcado o el hombre empoderado. Sin embargo, tanto en la corriente de pensamiento como en la dirección activista son significativamente diferentes, hasta tal punto que no se reconocen unas a otras, ni siquiera en el término común “ecofeminismo”.
Solo mencionaré dos de estas corrientes: el ecofeminismo esencialista o clásico y el ilustrado o crítico. Para el primero la mujer se vincula fácilmente con la naturaleza por su capacidad de generar vida, por su instinto protector que se asocia tanto a sus hijos como a su entorno y, por tanto, también a la naturaleza. Las esencialistas se sienten orgullosas de estas características y entienden que los hombres y mujeres son diferentes en su esencia, mientras los primeros son más violentos, agresivos, calculadores y racionalistas, las mujeres son pacíficas, predispuestas a la ternura y a la escucha, colaboradoras y emocionales. Estos movimientos han tenido una importante repercusión en la defensa de los bosques, la agricultura local o la educación sobre todo en países en vías de desarrollo. El ecofeminismo ilustrado, propio de sociedades democráticas y maduras, rechaza esta visión de la mujer e interpretan que esta, es la imagen que los hombres han proyectado o construido en ellas, dejándolas al margen de los niveles de control y poder social, económico o político. Este movimiento rechaza la dicotomía naturaleza-cultura, mujer-hombre, afectividad-racionalidad y advierte del peligro de mantener, de esta manera, los estereotipos que encasilla y limitan. Ellas pelean contra la crisis medioambiental en el mismo plano de igualdad que los hombres. Entre estas dos posturas, mil matizaciones diferentes, que no podemos abordar en este artículo.
Determinar si el cuidado de la prole y su entorno natural es una cuestión instintiva en las mujeres (genética) o está determinada por factores sociales (ambientales) es tarea de la ciencia, de la genética de poblaciones y la biología evolutiva. Nos movemos en el terreno ideológico cuando sería más fácil entendernos desde la ciencia. Es evidente que como hembras de la especie Homo sapiens hemos desarrollado, como todos los mamíferos, mecanismos de protección de las crías, al menos hasta el destete. De no ser así, el éxito reproductivo hubiera sido escaso y, quizás, no estaríamos aquí. Igual de evidente es que la especie humana escapa a la Selección Natural gracias al desarrollo cognitivo, social y cultura en el que, como mujeres, estamos y debemos estar envueltas. Un ejemplo ilustrativo y sencillo: no hace falta un seno para alimentar a un bebe, basta pensar, diseñar y construir algo como un biberón, pero si quieres y puedes amamantar a tus hijos son muchas las ventajas para ambos. Para mí, ambas ideologías, clásica y crítica, tienen sentido y reflejan la realidad de las mujeres dependiendo de la sociedad que representan. Ambas son necesarias y a mi juicio, podrían complementarse, sin embargo, con frecuencia las segundas infravaloran a las primeras o viceversa.
Creo que parte del rechazo por la visión más esencialista o clásica radica en que esta capacidad de las mujeres para cuidar, servir, proteger, amar ha sido aprovechada por las sociedades patriarcales para dominar, limitar y controlarlas. Se ha denostado la capacidad de proteger y cuidar el entorno, el medio ambiente. El cuidado no es un valor social, antes bien, explotar, producir y conseguir una retribución económica y de bienestar es lo que las sociedades “desarrolladas” han potenciado. Así nos está yendo. Quizás el punto es cambiar la motivación y poner en el centro de la mesa “el cuidado” como valor tangible, como moneda de cambio, como referente. El Papa lo explica de manera sucinta y clara: “servicio si, servilismo no”. Para el cristiano, el servilismo se asocia con esclavitud, con dominio, todo ello inaceptable, pero el servicio es sinónimo de liberación, de amor, de compasión y protección. Es precisamente lo que nos enseñó nuestro Maestro.
Independientemente de donde nos posicionemos ideológicamente, quisiera rendir homenaje a todas aquellas mujeres que han sentido (¿factor genético?) y potenciado (¿factor social?) sus capacidades poniéndose al servicio de la protección del medioambiente como estrategia para afrontar la crisis socioambiental. Mujeres como Mira y Sarala Bhen, discípulas de Gandhi, quienes iniciaron el movimiento Chipko en la década de los 70. Formado fundamentalmente por campesinas empobrecidas de la India, protegían los árboles autóctonos impidiendo así el monocultivo de pino. Su defensa era pacífica, abrazados/as a los árboles murieron algunos miembros de este movimiento. Berta Cáceres, líder indígena lenca, feminista hondureña y activista. Recibió el premio Medioambiental Goldman en 2015 y fue asesinada un año más tarde por su compromiso socioambiental. La misionera de las Hermanas de Nuestra Señora de Namur Dorothy Stang, asesinada, Biblia en mano, cuando se dirigía a una reunión para proteger el bosque amazónico en Brasil.
La etóloga y conservacionista Jane Goodall, investigadora y divulgadora sobre el conocimiento de los primates. Nombrada Mensajera de la Paz por la ONU. Wangari Maathai, fundadora del movimiento “Cinturón Verde”, quien se convirtió en la primera mujer africana y ambientalista en recibir el Premio Nobel de la Paz “por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz”. Ambientalistas como Rachel Carson, bióloga marina que con sus escritos inspiró conciencia social frente a los problemas ambientales. La obra y el testimonio de esta mujer influyó notablemente, años después de su muerte, en la generación de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Filosofas como Val Plumwood quienes pugna para que hombres y mujeres, en el mismo plano de igualdad, trabajen por la protección del medio ambiente.
Estas, son la punta del iceberg de un movimiento social, o quizás de muchos movimientos con muchos matices, liderados por mujeres cuyo objetivo ha sido y es proteger las comunidades más desfavorecidas y su entorno. Muchas de ellas han dado su vida por esta causa, muchas son conocías, pero la mayoría quedan en el anonimato, en el silencio. Para ellas, para estas últimas, independientemente de la ideología que las con-mueve, este pequeño homenaje de admiración y respeto. Feliz Día Internacional de la Mujer.
María del Carmen Molina Cobos
Voluntaria en la Comisión Diocesana de Ecología Integral, Diócesis de Madrid