¿Qué puede aportar la ecología a la experiencia de fe?

 

El término ecología no tiene muy buena prensa en muchos ámbitos de la Iglesia católica, sobre todo porque algunos grupos de interés se han esforzado en relacionarlo con la izquierda política, cuando el origen del término no es sino científico. Fue allá por el año 1869 que el naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel acuñó el término ecología refiriéndose con él al estudio de la relación de los seres vivos con su entorno natural; al fin y al cabo, el propio término hace referencia al “hogar” (Oikos) en que se desarrolla la vida.

La conciencia que se fue desarrollando en la segunda mitad del siglo XX sobre los problemas medioambientales dio pie a otro sentido del término ecología, o más propiamente ecologismo, para referirse a aquellas actitudes personales y movimientos sociales comprometidas con la mejora del medio ambiente o la reducción del daño que la actividad humana produce en el mismo. Es aquí donde la ecología se introduce en el campo de la política y de la acción social.

Poco a poco va surgiendo también la necesidad de pasar del saber (la ecología como ciencia) y el hacer (la ecología como práctica), y no sin una importante influencia oriental comienzan a aparecer una serie de planteamientos ecológicos que atienden a lo profundo del ser humano y sus opciones vitales como sustrato del hacer ecológico, y que responden al entramado de relaciones en que consiste la vida. Si bien hay gran diversidad en este tipo de planteamientos, se puede hacer referencia entre ellos a diversas modalidades de lo que se conoció como New Age y a la denominada ecología profunda, que venían de alguna manera a desarrollar una cierta dimensión espiritual de la ecología.

En 2015, recogiendo una serie de inquietudes que se venían desarrollando en el seno de la Iglesia católica, el Papa Francisco publica su encíclica Laudato si’ planteando una ecología integral de base cristiana que, pasando por el diagnóstico de situación de la crisis ambiental y desarrollando algunos aspectos de la teología de la creación, lleva a los cristianos hacia la necesidad de comprometerse también en el ámbito de la ecología, del “cuidado de la casa común” (subtítulo de la encíclica), y a llamar la atención sobre la necesidad de desarrollar procesos educativos y una espiritualidad de raíz cristiana que descubra las dimensiones sacramental y trinitaria del cuidado de la creación, y que puedan entroncar esta preocupación y acción en el seno de la experiencia creyente.

Hay quien piensa que esta propuesta de integración entre la dimensión ecológica de la vida y la experiencia creyente es un tanto forzada, y que, por el contrario, todo lo relativo a la ecología es ajeno al núcleo de dicha experiencia. Pero nada más lejos de la realidad, diversos elementos de la relación entre el ser humano y la creación han tenido un importante papel en el desarrollo de la experiencia de fe a lo largo de la tradición y la historia de la Iglesia. Baste recordar, como ejemplos de esa relación, la experiencia de asombro ante la grandeza del universo que desarrollan los salmos 8 y 104, por ejemplo, descubriendo en la contemplación de la realidad creada el rastro del Creador. O la invitación del mismo Jesús a contemplar los lirios del campo y las aves del cielo para aprender de ellos actitudes básicas de la vida espiritual del cristiano. La relación entre el ser humano y el resto de la creación ha sido una de las claves de la experiencia creyente a lo largo de los tiempos.

¿Y qué le aporta entonces la dimensión ecológica y relacional del ser humano a la experiencia creyente? Sin ánimo de ser exhaustivo, aquí van algunas de las aportaciones con que la conciencia de la realidad ecológica puede enriquecer la experiencia de fe de un cristiano contemporáneo:

  1. Resitúa al ser humano en el mundo dentro del entramado de relaciones que constituye la creación, lo que se manifiesta de forma muy visible en las repercusiones humanas que está teniendo la actual crisis medioambiental
  2. Le recuerda que la existencia es puro don de Dios: don transmitido directamente a cada ser humano, e indirectamente a través de las redes e interconexiones de vida que se establecen dentro de la creación
  3. Le hermana, por tanto, con todas y cada una de las criaturas, de las que se ve rodeado y con las que se ve constituido
  4. Le invita a elevar un canto conjunto con toda la creación, un canto de alabanza y acción de gracias a Dios
  5. Le abre a una nueva lectura de la realidad de vulnerabilidad (y pecado) en la que se ve inmerso y de la que se ve rodeado, abriéndole un nuevo cauce de vinculación con, y comprensión de, la dinámica salvífica de Dios en su Hijo Jesucristo.
  6. Le aporta una nueva clave de conversión en su vida cristiana
  7. Le invita a desarrollar un nuevo escenario de fraternidad universal en la que situar adecuadamente su compromiso con la fraternidad humana.

Laudato si no es un texto que pretende acercar de forma oportunista el mundo de la ecología a la Iglesia, o viceversa. No. Más bien es el lanzamiento de un proceso de enriquecimiento mutuo entre ecología y fe, en el que aquella ofrece un nuevo espacio en el que desarrollar y enriquecer la experiencia creyente, y ésta realiza una contribución de calado al saber y al hacer de las prácticas de cuidado de la casa común, contribuyendo a su motivación y eficacia.

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