Hoy 22 de abril, celebramos el 50 aniversario del Día Internacional de la Madre Tierra, promovido por Naciones Unidas a través de una resolución adoptada en 2009 por su Asamblea General. Esta resolución recogía el clamor de los movimientos sociales que reclamaban un mayor seguimiento de los problemas ambientales del planeta, desde 1970, momento en el que estos temas no eran una prioridad o estaban ausentes en la agenda política.
50 años en los cuales la Iglesia Católica Romana ha recorrido un camino, ya abonado por el Concilio Vaticano II y los pontificados posteriores.
Especialmente desde el Papa San Juan Pablo II y hasta nuestros días, se ha confirmado la certeza de que existe una estrecha conexión entre el ser humano y la biodiversidad de los ecosistemas del planeta. Dependiendo de la bondad de esta relación se permite o impide el desarrollo humano de los pueblos, ya que, si destruimos la biodiversidad, estamos afectando a los pueblos indígenas originarios y a los países más empobrecidos y menos resilientes al Cambio Climático y sus efectos, pero también a nosotros mismos a través de la globalización.
Durante este tiempo de confinamiento obligatorio por el coronavirus, hemos sido conscientes de la importancia de la libertad, de la soledad de muchas personas, de lo importante que es salir a la calle y relacionarnos, no solo con nuestros amigos y familiares, sino también con el entorno natural que nos rodea. Hemos experimentado la soledad y la impotencia de los presos en las cárceles, la soledad de los ancianos en sus viviendas y residencias. Hemos despedido a familiares, amigos y conocidos fallecidos en este tiempo, desde la esperanza cierta de la Resurrección, durante este tiempo de Cuaresma y Pascua.
En su infinita bondad Dios nos ha permitido vivir este tiempo de prueba en el inicio de la primavera y en medio de nuestros días más sagrados.
La primavera ha llegado y nos ha revelado un entorno urbano lleno de vida que reclama su propio espacio.
En estos días contemplamos a través de las ventanas, como el barrio se nos antoja ahora un paraíso apetecible, más sereno y silencioso, animado por el canto de las aves urbanas y el verdor de los árboles. Hemos visto como las hierbas surgen de las grietas de las aceras y muros, disputándole el terreno al asfalto.
Hemos podido experimentar como una ciudad sin tráfico, abandona su boina de contaminación, saneando el aire que ahora se nos muestra diferente a nuestros sentidos, un aire fresco con diferente olor.
Hoy celebramos el día de la Tierra, en un tiempo en el que hemos cedido espacio a la naturaleza y hemos comprobado, como al sanearse el entorno natural, mejora sensiblemente nuestro ánimo y nuestra salud.
Pero no debemos olvidar que los problemas socio-ambientales continúan existiendo y aumentando en muchos sitios.
¿Seremos capaces de recordarlo cuando todo pase? ¿reiniciaremos el sistema volviendo al estado anterior, o procuraremos vivir de una forma más austera, sostenible y espiritual?
Hoy damos gracias a Dios por esta Casa Común, el único lugar habitable que conocemos, y que debemos cuidar. Pedimos para que su salud y la nuestra, no se vean deterioradas. Para que nuestra relación con la hermana y madre Tierra, sea una relación de amor, como hijos e hijas de Dios, custodios de su Creación.
Feliz día de la Tierra, nuestra única casa común.