Nos encontramos en medio de una crisis social y económica inédita desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que -pese a la aparición reciente de las vacunas- todavía plantea muchas incertidumbres. Superar esta crisis va a requerir un enorme esfuerzo de imaginación y solidaridad colectiva, que va mucho más allá de las ayudas que los distintos países -y la Unión Europea en su conjunto- están inyectando en el sector productivo. Es una crisis, pero como bien dicen los más optimistas, de una crisis también puede derivarse una oportunidad, un medio para alumbrar una nueva forma de organizar la sociedad y la economía. El modelo individualista, guíado por la búsqueda del beneficio y el consumo desenfrenado, que ha primado en las economías occidentales, está agotado. No es sostenible ni ambiental ni socialmente, pues genera grandes injusticias y desequilibrios en el sistema terrestre que amenazan con colapsarlo. Ahora que tenemos que reiniciar la economía es una magnífica oportunidad para hacerlo de otra forma, para priorizar otros valores, que nos saquen a la vez de la fosa socio-económica y ambiental en la que estamos metidos.
He leído recientemente un artículo interesante en esta línea, escrito por Wiedman y colaboradores, que supone una reflexión sobre el papel de la abundancia, entendida como el exceso de posesión y de consumo, en la organización económica. Como bien afirman los autores, la mayor parte de los impactos ambientales negativos de nuestra forma de vida se deben al consumo superfluo, que está guiado por la necesidad de mantener un crecimiento económico permanente, que garantice el empleo y la cohesión social. Pero como es metafísicamente imposible que se dé un crecimiento permanente, este modelo está condenado -antes o después- al fracaso, ya sea por un colapso ambiental, ya por la conflictividad social que se alimenta del crecimiento de las desigualdades. Todos los seres humanos tienen derecho a un nivel de vida digno, con un mínimo de recursos materiales que les garanticen sus necesidades básicas: comida, alojamiento, trabajo, educación, sanidad… Pensar que eso será fruto de una redistribución «mecánica», consecuencia de que todo el sistema crezca, es desconocer la condición humana y la Historia reciente. Para repartir más pastel, hay que tener un pastel más grande, sin duda, pero ese argumento no puede extenderse al infinito, también hay que preguntarse si los primeros que han cortado el pastel están comiendo más de lo que necesitan, hasta el punto de que incluso acaben enfermando por su gula desmedida. Decía Gandhi que la que Tierra provee lo suficiente para las necesidades de todos los hombres, pero no para la avaricia de todos los hombres.
Es preciso repensar el modelo económico, hacerlo más humano y más acorde con los límites ambientales del planeta. En la misma línea de Wiedman, la encíclica Laudato sí, del Papa Francisco, hacía un llamado a plantear un nuevo modelo: «Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso» (n. 194). De todos depende que los cambios estén bien orientados. Varios son más evidentes: evitar el consumo superfluo, el que nos lleva a consumir recursos que nada aportan a nuestro bienestar último, que no nos hacen más felices en el largo plazo, que son sólo luces de bengala efímeras. Junto a ello, deberíamos promover cambios en el tejido productivo que permitan extender la vida útil de los productos que consumimos, fabricarlos con material reciclado en lugar de usar nuevos recursos, mejorar los aislamientos y la eficiencia energética, reducir las necesidades de transporte, fomentando el teletrabajo y las fuentes alternativas de transporte -desde andar y montar en bicicleta, hasta los coches compartidos y/o eléctricos, enriqueciendo el transporte colectivo-, orientando nuestra dieta hacia mayor consumo de legumbres y vegetales frescos y reduciendo el insumo de carne, sobre todo procedente de rumiantes. Los retos son muy grandes, pero ahora es el momento de hacer algo nuevo o de volver a hacer lo mismo que ha interrumpido la pandemia. La tabla 1 del artículo que he citado plantea diversas alternativas para repensar el modelo económico. Creo que es interesante reflexionar sobre las distintas estrategias; nos jugamos mucho. Ya hemos asistido al impacto de una pandemia global, creo que deberíamos ser más responsables para evitar que ocurran otras en el futuro. De nuestras decisiones dependerá la vida de quienes nos sucedan; pensar en ellos nos ayudará a acometer los sacrificios que puedan ser necesarios. No hemos de perder de vista que la sostenibilidad primariamente indica la capacidad de mantener en el tiempo el bienestar que disfrutamos; para eso es preciso también subrayar los valores éticos que nos legaron nuestros antecesores, y comprometernos a mantener o enriquecer el legado que de ellos hemos recibido.