No sé de dónde vino la idea, ni quien la propuso. Supongo que será una de esas iniciativas que han pasado de una ocurrencia anodina a un hecho social sin precedentes. Todos los días, a las 20 h., salimos con entusiasmo a aplaudir a las personas que cuidan de nosotros en este periodo de confinamiento. Parecemos emerger de las catacumbas, de unas viviendas que parecen vacías pero no lo están, de unos seres humanos que se encierran en sí mismos, pero que se abren a los demás. Es la respuesta a una enfermedad que nos obliga a separarnos; decimos con un gesto tan sencillo como salir a aplaudir a quienes velan ahora por nosotros: no puedo estar contigo, pero me gustaría abrazarte, acompañarte, cuidarte a tí también. Estoy aquí aplaudiendo porque es lo que puedo hacer, para que sepas que no estás solo, tampoco tu que sufres en silencio la soledad, tampoco tu que sientes los efectos de una enfermedad traidora, tampoco tu que parece que importas poco, pero no es así, todos importamos, todos estamos juntos en algo tan sencillo como salir a aplaudir, a saludarnos, a saber que estamos ahí, aunque no nos veamos.
Qué gesto tan sencillo y profundo a la vez. En este periodo de confinamiento es más necesario que nunca darnos cuenta que somos con los demás, que necesitamos a los demás, que somos vulnerables, que necesitamos cuidarnos: cuidar y ser cuidados. Es la mejor lección para un periodo de miedo e incertidumbre, que nunca antes habíamos vivido. Es también un recuerdo de que somos Oikos, casa, que vivimos en un espacio común, que nuestra casa es para todos, y que todos en ella cabemos y somos necesarios. Unirnos a otros cuando estamos aislados manifesta que nos necesitamos, que queremos estar cerca. También es necesaria la soledad, nuestro espacio íntimo, pero siempre que no sea exclusivo, que no venga como consecuencia de construir barreras para dejar a los demás fuera.
La ecología del aplauso nos recuerda que somos parte de un todo, que somos con los demás o no somos, que nuestra vida tiene realmente sentido cuando está acompañada. «Nadie logrará la felicidad si la busca solo», leí hace algunos años a un sacerdote muy cercano a Dios. Ciertamente. Buscar el propio bien atropellando el bien de los demás suele conducir al vacío: es una felicidad efímera, que dura muy poco.
En tiempos de crisis necesitamos recordar lo que es esencial. La mayor parte de las personas podemos hacer muy poco para paliar la pandemia en la que nos encontramos, pero ese poco es mucho. Podemos apoyar a los otros, sonreir, ayudar, ser optimistas, acompañar en el dolor, provocar la alegría, acompañar en la distancia, decir a todos los que queremos que realmente nos importan. Eso requiere salir de nosotros mismos, de nuestro hogar cómodo y abrir el balcón para aplaudir, junto con todos los demás, a quienes nos cuidan.
Mi conclusión es que estamos unidos más que nunca, que nos necesitamos unos a otros, y sobre todo estos aplausos van dirigidos a las personas que nos ayudan sin recibir nada a cambio por el bien de todos. Este confinamiento nos va hacer reflexionar y darle importancia a muchas cosas que antes no le dábamos y que es importante en nuestras vidas, como la convivencia con los demás y sobre todo con la familia.
Tiempo de parón, tiempo de reflexión, tiempo para plantearnos muchas preguntas y cuestionarnos actitudes. Aplaudir es un humilde gesto de agradecimiento a todas las personas que nos están ayudando a salir de esta situación sin pensar en ellas, pura generosidad.