CUANDO LOS DESIERTOS CRECEN…, “AGUA DEL COSTADO DE CRISTO LÁVAME”

Artículo publicado en Religión Digital

07.07.2023 | María del Carmen Molina. Voluntaria de la CDEI

¿Es todo esto como pedir a la higuera higos en junio? Lo dejo a su reflexión, oración y actuación. Mientras tanto, no olvidemos nuestra misión profética en la Esperanza: “Que se alegren desierto y sequedad, que se regocije y florezca la estepa, que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo… ¡Adiós penas y suspiros! (Sal 35, 1.10).

Cuando llegan estos calores incluso los más escépticos empiezan a pensar si lo del cambio climático no será verdad, aunque la subida puntual de la temperatura puede ser un hecho aislado o quizás englobarse como un evento realmente significativo. Si es hecho puntual o la confirmación de la tendencia debe ser constatado por los que saben, los meteorólogos y físicos del clima. Por lo mismo, empezamos a pensar, como será, la vida si las temperaturas no bajan y nos angustiamos comprado equipos de refrigeración y pensamos seriamente en poner placas solares. Es lo que pasa cuando intuyes, de alguna manera, que lo que el panel de expertos dice podría ser verdad.

En 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 17 de junio como el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía para fomentar la conciencia pública sobre el tema, así como la puesta en marcha de acciones frente al problema. Especialmente, para ayudar a aquellos países afectados por graves sequías, por desertificación, o por ambas, en particular en África. Sin embargo, la sequía avanza, ya no es sólo un problema africano. La Cuenca Mediterránea, sufre un calentamiento 20% superior a la media global, y la península Ibérica es especialmente vulnerables al proceso de desertificación. Según los análisis del MINECO1 el riesgo de desertificación en España entre el medio y el muy alto es del 37% y las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas son más del 70%. La sequía llega ya a la Meseta Central. Según la misma fuente “las proyecciones de cambio climático disponibles para España a lo largo del siglo XXI indican que las nuevas condiciones climáticas agravarán de forma generalizada, y especialmente en España, que es naturalmente de carácter semiárido, los problemas y amenazas de desertificación de los suelos españoles que son consecuencia de los incendios forestales y de la pérdida de fertilidad de los suelos de regadío por salinización y erosión”. Como dato, SEO/birdlife informa que el “corredor sahariano”, un pájaro propio de zonas áridas habita en Granada. Deberíamos ser capaces de interpretar los signos de los tiempos y de dialogar con la tierra que ya, como dice el Papa Francisco, está en un grito.

La desertificación es un proceso de desertización, transformación natural de un terreno en un desierto, por causas antrópicas. Tiene que ver con los incendios, la escasez de lluvia, la evaporación y el mal uso de la tierra. Por ejemplo, por el aumento de fertilizantes inorgánicos, que salinizan la tierra, se retiene el agua haciéndola inútil para plantas y otros organismos que viven en el suelo. Otra causa es el incremento en la tasa de evaporación como consecuencia del aumento de la temperatura global. Una tercera, mucho más inmediata, la tala indiscriminada de los bosques o los incendios. Es fácil de entender intuitivamente. Los padres saben que hay que cubrir la cabeza de los recién nacidos con un gorro porque pierde calor al transpirar, desprotegidos como están por la falta de pelo. Es lo mismo, si cortamos los árboles, no hay protección. Mas científicamente: al ser tan diferente la proporción de agua útil de la atmósfera y la del suelo, el agua se mueve a favor de gradiente y la evaporación se dispara. Los árboles sirven de resistencia, es como un sistema eléctrico. De hecho, ambos sistemas cumplen la ley de Ohm. La intensidad del flujo hídrico sueloatmósfera es directamente proporcional a la diferencia de potencial hídrico suelo-atmósfera e inversamente proporcional a las resistencias naturales. Es decir, cuantos más árboles, mas resistencias, más agua se retiene y menos se pierde a la atmósfera. Es de cajón.

Según Léon-Dufour, en su “Vocabulario de Teología Bíblica”, desierto tiene dos acepciones. En la primera es un lugar geográfico donde la vegetación es raquítica y la habitación imposible (Is 6, 11), donde hacer de un país un desierto es hacerlo semejante al caos de los orígenes. Es la antítesis del paraíso, la ausencia de Dios. En esta perspectiva el desierto se opone a la tierra habitada, como la maldición a la bendición. Y en esas estamos, la codicia, la avaricia, la ausencia de sentido de “límite” y la falta de respeto por los ciclos geoquímicos e hidrológicos, desde una perspectiva cristiana (y secular también), conduce a la erosión y degradación del suelo. Bueno y qué pasa si se degrada el suelo, qué es el suelo, a quién le importa el suelo. ¿El suelo no es eso que pisamos para ir de un lugar a otro? Pues no, el suelo es un ecosistema complejo, un sistema biológicamente activo que influye, en su flujo de materia y energía, al resto de los ecosistemas, incluidos los ecosistemas marinos. Deberíamos recordar que humildad viene de humilitas (humus-itas), cualidad de ser humus, de ser suelo fértil, aquello de lo que la naturaleza se desprende para generar a “otros naturales”, a un reino increíblemente rico. Por eso, humilde no es el que se deja pisar, sino el que enriquece a los demás despojándose de sí mismo, sin conciencia apenas de que su pequeñez sostiene al mundo. Lo otro, lo de dejarse pisar, es una consecuencia de una experiencia de vida mucho más enriquecedora. Eso es lo que los suelos hacen por nosotros, enriquecernos, por eso, aprender de ellos es una virtud. Bienaventurados los humildes, porque ellos heredaran la tierra.

Benedicto XVI en la homilía de su pontificado estableció una analogía tan inspiradora como perturbadora: “Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción2”. Esta realidad existencial nos conduce, invariablemente, a aquella en nuestro entorno. Sin embargo, como cristianos estamos llamados a dar fruto a tiempo y a destiempo. Por eso el enojo de Jesús ante la higuera que, fuera de su tiempo no tenía higos. Lo fácil es seguir el ritmo que marca el desarrollo en un afán crematístico muy lejos del humanismo cristiano. Pero nosotros, “el resto de Israel” no estamos para lo fácil, sino para lo difícil. Dar fruto a tiempo y a destiempo. Un cuidado orgánico que alimenta fuera del ciclo. Ese es el milagro: la higuera, el cuerpo mismo de la Iglesia, dando frutos para este mundo, como el humus, a tiempo y a destiempo. También San Juan Pablo II nos reprendía en el mismo sentido: “Si escrutamos las regiones de nuestro planeta, vemos inmediatamente que la humanidad no ha estado a la altura de las expectativas de Dios3“. Luchar contra la desertificación y la sequía es producir higos en junio, si no queremos secarnos de raíz, como le pasó a la higuera.

El segundo significado de la palabra desierto tiene que ver con prueba, con dificultad, con combate. Israel paso su periodo de 40 años en el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Elías pasó 40 días de ayuno en el desierto hasta encontrarse con Dios en el monte Horeb (1Re 19, 8). Nuestro Señor pasó 40 días antes de su vida pública y su pasión, y lo hizo por voluntad propia, nuevamente para probar en su carne nuestra naturaleza abierta, mordida, arruinada a veces (Mt 4, 2). Si el desierto conserva el sentido de un lugar desolado, evoca también para la Esperanza cristiana, no un punto estático sin evolución, no un punto muerto, si no un proceso, un tiempo de desierto para llegar a la tierra prometida. Una tierra que mana leche y miel del costado abierto de Cristo que nos abreva en tiempo de sequía. Cristo humillado, Cristo humus, la tierra fértil, protegida y prometida.

El número 40 tiene en la simbología hebrea un sentido de “cambio”. Este es el sentido de la cuaresma (conversión o giro para ver al crucificado resucitado). Cuarenta fueron los días de diluvio para generar una tierra nueva de esa que huele a humedad y a humildad. El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía no forma parte del calendario litúrgico, pero está en nuestra mano devolvérselo al mundo con un sentido más pleno, más orgánico y más espiritual. Convertir el suelo en un secarral es transformar los cimientos de esta catedral llamada Creación en cenizas. Un grave pecado.

¿Qué podemos hacer? Pues cambiar de rumbo, convertirnos (ver, juzgar, orar, accionar y reaccionar).

• La Oración: Oración contemplativa externa e interna para descubrir nuestros “desiertos interiores”. La contemplación externa de una creación en equilibrio nos traslada de inmediato a la oración de alabanza. Cuando no sepas porque rezar, alaba por lo elemental el agua, la comida, el aire, el sol, el paisaje. La contemplación interna puede darnos una sorpresa, la conciencia de los errores se dirime en un examen diario, lo que nos han enseñado siempre, pero con este punto adicional: encontrar el desierto interior. Esto debería llevarnos rápidamente al arrepentimiento y al cambio, a la acción.

• La Acción: proteger la cubierta vegetal, hacer un uso responsable del agua, definido por la Iglesia católica como “bien común”4. Reducir los fertilizantes inorgánicos en pro de una agricultura más sostenible. Reducir el regadío en zonas áridas y abogar por otras especies agrícolas menos dependientes del agua… Importante, generar políticas que hagan posible esta transición, respetando los elementales derechos humanos, por ejemplo, derecho a un trabajo digno y el derecho a vida en todas sus etapas.

• La Reacción: reforestar, en base a la degradación del entorno y de su historia ecológica. No tiene sentido plantar árboles en los suelos yesíferos de Chinchón que son una joya ecosistémica, árida como ella sola, pero espectacular en su biodiversidad. Invoco la gestión científica en estos casos, no vayas a liarla.

¿Es todo esto como pedir a la higuera higos en junio? Lo dejo a su reflexión, oración y actuación. Mientras tanto, no olvidemos nuestra misión profética en la Esperanza: “Que se alegren desierto y sequedad, que se regocije y florezca la estepa, que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo… ¡Adiós penas y suspiros! (Sal 35, 1.10).

Si tienen dudas, pueden entrar en la Comisión Diocesana de Ecología Integral de la diócesis de Madrid Comisión Diocesana Ecología Integral – (archimadrid.es).

María del Carmen Molina. Voluntaria de la CDEI


1. Impactos del Cambio Climático en los procesos de Desertificación en España; NIPO: 280-16-281-4; Depósito Legal:M-16615-2016 (miteco.gob.es)

2. Benedicto XVI (2005). Homilía de su santidad Benedicto XVI. Santa misa imposición del palio y entrega del anillo del pescador en el solemne inicio del ministerio petrino del obispo de Roma. Vatican.

3. Juan Pablo II (2001). Audiencia General. El compromiso por evitar la catástrofe ecológica. Vatican.

4. Francisco (2015). Carta Encíclica Laudaso si´. Vatican.

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